sábado, 1 de marzo de 2014

Atte., ella. O yo.

Llegó el momento de escribir, ¿no?

Y también de recordar.

Confieso que he tenido que abrir la pestaña Blogger sin pensarlo porque, de haberlo hecho, no me habría atrevido a teclear durante un rato aún con lo que me gusta el sonido de las teclas de madrugada. (Casi tanto como tus sonrisas -o el recuerdo que me queda de ellas-.)
Lo cierto es que esta noche tengo muchas cosas que contar, pero me gustaría que los cascos y la lista de reproducción escribieran por mí.

Sigo siendo la niña que he sido siempre. A veces dejo de conocerme y vuelvo a hablar de mí en tercera persona. Casi diecinueve años no han conseguido cambiar las cosas. Me sigue jodiendo perder a mi gente (aunque ahora sepa de sobra que realmente no merecían seguir conmigo). Mi afición por subir el volumen de la radio va in crescendo pero aún no he renunciado al ratito de escuchar esa canción en bucle (y bajar el sonido del mundo) que variaba al igual que variaban los amores en mi vida. Amores digo... He aquí la niña que no se irá de mí nunca. La que juega con el amor a un ritmo que ni siquiera ella puede aguantar. Y ahora sabe que está verdaderamente jodida. Porque quién le iba a decir a ella que algún día encontraría su media frutita y, a pesar de no creer en estas cosas, le tocaría quererle desde tan lejos... No consigo ni conseguiré sacar una entrada sin llevarla al campo que todos parecen temer pisarlo. Y no por bonito. Aunque cuando les llega -porque a todos nos llega- lo arreglan diciendo que el amor mueve el mundo y, al parecer, también las creencias. Y, joder, a mí el resto del mundo me daría igual si pudiera moverme contigo. Definitivamente creo que lo único que ha cambiado es esa habilidad que decían que tenía para escribir bonito.

Los de antes fueron tiempos muy buenos. Y doy gracias a los que hicieron soportables los momentos menos buenos. Porque he decidido expulsar los malos, en cualquier modo, tiempo y aspecto, de mi vida. Bon voyage.
Es cuestión de tiempo que todo vuelva a su sitio o que yo, por fin, encuentre el mío. Tomaré prestados unos cuantos recuerdos, para no volver a cagarla; la mano de mis imprescindibles, aunque también tendrán que agarrar del pie; y a ti... A ti te robo todas tus sonrisas. Porque, joder, qué sonrisas. Una de esas me salvaría la vida siete veces.
Tendrás que perdonar que a ti no te pida permiso, pero sabes que, después de tantas, es demasiado pronto para despedirnos otra vez. O demasiado doloroso. Tú te has quedado con un cachito de mí en cada una de ellas y pronto me las devolverás con intereses.

Y ojalá lleguemos pronto.
Ojalá no se nos haga tarde.
Ojalá me hagas soñar con los ojos abiertos.

Y vivir mas con los ojos cerrados.

lunes, 21 de octubre de 2013

(Desped)idas y venidas.

No sé. Tendré que empezar a acostumbrarme a esto. Acostumbrarme a la soledad cuando llega el frío, digo.
Aunque es un asco. No esperaba que el amor llegase ahora. Demasiado tarde. Como siempre. Cuando ya es demasiado tarde para tenerte, digo.

No podría explicar el porqué hasta que no me atrevo a escribir sobre lo gilipollas que me hacéis sentir mi cabeza no para de darle vueltas a nuestras historias. En plural. Y quizás ese es el problema, que siempre hay mas de una.
No. No creo que pudiese explicarlo. Es un rollo esto de que solo te nazca escribir cuando llegan los problemas porque me gustaría que os hiciéseis una pequeña idea de lo grande que me hacen sentir ciertas persomas en ciertos momentos. Pero esto es así. La inspiración, o bomba de ideas, llega, o explota, solo en estos días. Días en los que haces una cosa tan rutinaria como entrar en tu portal. Y aunque siempre lo ves igual, hoy no. Hoy está diferente. Hoy huele a recuerdo.
Y vuelves unas cuantas hojas de calendario atrás. (Es curioso la de poderes que resulta tener el amor.) Y le recuerdas. Recuerdas todo lo que para algún idiota no significaría nada. Aquella última noche, que ahora piensas que deberías haber aprovechado como tal y no como una pequeña despedida en la que ninguno de los dos quería (desped)irse. Aunque sabíais que el momento llegaría. Y llegó.
Días juntos, pero muchos mas separados. Distancias, en este caso, que no hicieron mas que agrandar esa ilusión (como la de un niño con su primer álbum de cromos completo o la primera navidad que vives [y las 18 de después]). Sentimientos que llegaron sin llamar a la puerta y se instalaron donde mas nos duele.
No, no, no. No quiero seguir por ahí. Para. Retrocedo un poco mas. Y pienso. Efectivamente, todo debía haber quedado en aquellas dudas y en aquel qué pasará si... de noches de verano. Arriesgarse es una mierda. Y yo siempre he dicho que de los mejores principios llegan los peores finales, los que mas duelen. Pero algo falla. No aprendo.

Hasta la próxima tirita, corazón.